«¿Y por qué no comenzamos de nuevo por los leprosos?»

Es la frase que compartió el hermano Tomás Gonzales, fraile de México que  trabaja en “La 72”, Casa-refugio  para personas migrantes, ubicada en la frontera entre Guatemala y México. Por lugar, a diario llegan centenares de personas que se dirigen a Estados Unidos, y marchan expuestos a los miles de peligros del camino (narcos, mareros, raptores de trata, fuerzas policiales clandestinas, etc.).  Una frase tan simple como esta y tan esencial, está cargada de muchas historias de dolor, angustia, desconsuelo, desolación vividas en el trabajo diario que hacen a diario construyendo el Reino en ese lugar. El relato de nuestro hermano Tomás es muy duro e impactante. Sin dudas, por lo compartido entre los participantes, a todos nos dejó una marca importante. Reflexiones hechas desde la vivencia cotidiana de mucho dolor e injusticias. Muerte, violaciones, secuestros que sufren las mujeres, niños y hombres que migran a Estados Unidos de esa forma. “Vivimos en una economía de muerte”, expresa con lágrimas en los ojos. “Naciones que consumen personas”; “los excluidos pasan al anonimato. Y si nadie sabe quiénes son, es más fácil disponer de ellos como quieran”. Ante el planteo crudo de esta realidad y la pregunta de alguien sobre “qué se puede hacer para cambiar la situación”, broto de Tomás casi espontáneamente esa: “¿y por qué no comenzamos de nuevo por los leprosos?”. Expresión que de una manera muy clara y precisa, me dispuso de una forma nueva a continuar escuchando y viviendo lo que se estaba desarrollando durante cada encuentro.

A medida que avanzaba el curso sobre “Las Esclavitudes del Siglo XXI, nuevas amenazas a la Dignidad Humana”, con cada ponencia que realizaban las/los docentes, profesionales y hermanos/as, se me hacían presente, de alguna manera, muchas oraciones/intenciones que repetidas veces escuché en el tiempo que llevo viviendo en La Teja. Frases que como la de Tomás, parecen sencillas, pero dicen mucho. Si bien  el curso resultó muy adecuado y formativo desde lo que hoy estoy estudiando en Trabajo Social, descubro que me resulto más rico y provechoso poder poner nombres de personas concretas en muchos de los temas que se hablaban.

“Para que Dios siga bendiciendo mi trabajo, que no me falte nunca, así puedo seguir armando mi casa”

“Doy gracias a Dios porque tengo salud”

“Le pido al Señor por mi familia de Paraguay, que hace mucho no los veo pero hablamos seguido, que nunca les falte nada”

Esclavitud, nuevas esclavitudes, derechos humanos, explotación laboral, trabajo precario, trabajo infantil, maltrato, migración, refugiados, sistemas de consumos, dignidad humana… ¿Qué son estas cuestiones sino temas de los cuales se escucha cada vez más en nuestro país, en nuestros barrios, entre los que vienen a las celebraciones del domingo? ¿De qué se está hablando si no es de Dignidad Humana cuando en nuestras intenciones del oficio pedimos por la justicia, el trabajo, el hambre? ¿O cuando recibimos a una mujer y escuchamos y acompañamos la situación de violencia que vive en su casa, en su trabajo, con sus hijos, de alguna manera no se intenta trabajar por la paz en su vida? Incluso la labor educativa y formativa en los colegios, grupos de jóvenes o acompañamientos personales terminan resultado en posible respuesta a una necesidad subjetiva de todas las personas en pos del derecho humano que todos tenemos a que nuestra vida se desarrolle de la forma más apropiada y humana posible. Con estos ejemplos, quiero remarcar esta idea anterior sobre lo cotidiano que pudieron resultarme estos días.

De esta manera, aquel temor de creer que no iba a poder aprovecharlo adecuadamente, o no iba a poder aportar nada que me surgió ante la propuesta de la Provincia de viajar para el encuentro de JPIC, fue disipándose y convirtiéndose en un espacio para poder reflexionar y “ensayar” posibles respuestas sobre algo que todos los días se vive. Fue comprender que a la hora de escuchar hablar sobre la migración puede iluminar hoy mi encuentro y relación con tantos paraguayos del barrio; o hablar de trabajo precario, trata de persona en lo laboral me conecta automáticamente con las señoras del barrio que trabajan en las maquilas de ciudadela en las circunstancias que lo hacen; o incluso, sin querer hacer grandes reflexiones, a la hora de pensar en explotación, me surgía la inquietud sobre cuál es la situación laboral y económica con la que tratamos los frailes (en la orden) a muchos de nuestros empleados, cómo somos con ellos, cómo nos relacionamos, como los atendemos.

Junto con esto, sumando otros tantos conceptos que una y otra vez fueron surgiendo, así como la dignidad, la pobreza, la exclusión, resultaba (y resulta) una tensión constante no quedarnos en la negativa de una realidad que se presentaba con la inmensidad que tiene, cruda y llanamente. Parece inabarcable la situación cuando se escucha hablar de que es producto de un sistema ya anquilosado a nivel mundial. Esta idea de pensar que este sistema de consumo es el que ya ganó, y buscar demostrar históricamente que es así y no hay forma de que pueda ser otro, en cierta medida pareciera desalentar todo trabajo que se viene haciendo o se decide comenzar. Sin entrar en polémicas políticas, económicas y sociales, es real resaltar el hecho de que gran parte de esta problemática es resultado de “intentar sostener un modelo que ya hace mucho tiempo está enfermo, y enferma socialmente”, sin querer entrar en la posible reflexión de un cambio estructural, necesario. “Pareciera que el estilo de vida occidental, no resultó ser tan bueno como se creía”, compartía Nicola Ricardi, uno de los exponentes, al hablar de historia. Él buscaba plantear la disyuntivas que se gestaron a partir de los nuevos modelos globalizados, que si bien abrieron nuevas posibilidades de comunicación y movilidad social, también trajo aparejado serios problemas que inciden directamente sobre la problemática de las esclavitudes modernas y la trata de persona. Es claro que los grandes beneficios de la globalización los aprovechan más aquellos países desarrollados. Basta mirar a continentes enteros para darnos cuenta de cómo esta globalización potencia a unos y excluye y aísla a otros. “Aquel que pasa al anonimato no se sabe quién es, lo cual facilita su explotación”

Indudablemente una de las cuestiones centrales trabajadas durante esa semana de curso era el trabajo comunitario. Pensarnos a todos nosotros como miembros de una gran comunidad que desea aportar algo de sí para cambiar las cosas. Lo inmenso de la realidad pierde fuerza si lo enfrentamos a lo grande, entre todos, trabajando en Red. Sin profundizar en las formas de este trabajo en red e interdisciplinario, si nos despertaba la inquietud de qué se puede hacer hoy como Orden, como Provincia, fraternidad, como fraile. Resultó muy interesante encontrarme con hermanos de diferentes partes del mundo, de diferentes congregaciones, laicos, hombres  y mujeres, todos inquietos por las mismas cuestiones. Si bien es cierto que las realidades son diferentes, siempre se tocan en un denominador común: la necesidad de una respuesta evangélica, que integre a todos. Quizás en determinados países no haya trabajo esclavo o fabricas que produzcan a bajo costo explotando gente, pero sin duda en casi todo el mundo se consumen esos productos manufacturados de esa manera y es acá donde la respuesta debe ser necesariamente a nivel global, involucrándonos todos, en la medida de lo que cada uno pueda. No podemos ser indiferentes tan solo porque “acá no pasa”. “Las víctimas no merecen nuestra indiferencia”. La misma cuestión, la misma realidad, nos plantea la necesidad de unirnos como Iglesia, de trabajar todos juntos, de caminar mirando a otros. “La figura del profeta aquí  ya no sirve, todos están muertos. Jesús plantea una forma comunitario, ir con otros, andar acompañados, juntos…”. La búsqueda debe ser fraterna. Es necesario que derribemos y dejemos de lado aquellos mitos sobre la trata, la migración o el trabajo precario: “si esta así es porque quiere, si quisiera salir pediría ayuda”. No, no es cierto. La tarea es nuestra, la responsabilidad es nuestra.

En el encuentro con Manuela De Marco (Lic. de Caritas Italia, de la Oficina de Inmigración) nos planteaba un caso muy concreto sobre el trabajo esclavo. Nos relataba como familias enteras de inmigrantes eran llevadas a sectores rurales al norte de Italia, y eran obligados a trabajar en los “viveros”, viviendo ahí las 24 horas, grandes y niños, sin poder salir (al estilo de los campos de concentración). Ella nos decía:

“El que está encerrado en el vivero trabajando 24 horas sin poder parar, jamás podrá acercarse a una oficina nuestra, no puede salir y si lo hace siempre está acompañado. Somos nosotros quienes tenemos y debemos ir a ellos, debemos cambiar el modo de intervención. Si queremos que nos vean, tenemos que acercarnos nosotros, hacernos visibles…”

Es imposible no comparar este relato con la invitación actual de ser “Una Iglesia en Salida”,  abiertos a la necesidad de ser Creativos y flexibles a la novedad. Abandonar discursos (como los mitos) que nos tienen acostumbrados. Contaba Manuela, como el equipo de trabajo de Cáritas se las ingeniaba para hacer llegar a estas familias los folletos con la información necesaria de cómo hacer para empezar a accionar en contra de esa situación precaria que estaban viviendo. Nos relataba que armaban avioncitos de papel con los folletos y los hacia volar por sobre los alambrados y paredes para que cayeran dentro de los jardines donde estas familias estaban, y el equipo buscaba una casa o un lugar donde instalarse lo más próximo a la zona. Creo que justamente es esta llamada a una Iglesia en salida, y abierta a la creatividad, lo que me resultaba una invitación para la vida cotidiana (que sin duda, en lo personal, me cuesta).

Ante esta pregunta que surge sobre qué podemos hacer, fue muy importante para mí encontrarme con una Orden franciscana que, desde la oficina de JPIC, actualmente se encuentra preguntándose estas cosas, intentando, buscando, proponiendo. Elaborando un Discernimiento Pastoral serio, y actuando en conjunto con distintas instituciones a nivel mundial. Una Orden que no es indiferente, que quiere cuestionarse y que todos nos cuestionemos por estas cosas. Que invita a que revisemos cómo es que pensamos y atendemos hoy nuestras pastorales, donde estas cosas “se meten, estallan” en nuestras caras, en la catequesis, o forman parte de las oraciones cotidianas de la gente con la que convivimos y compartimos las eucaristías, o los mates de la tarde.

Denunciar. Sin duda. ¿Pero qué más? ¿Cómo hacer para que esa denuncia no sea “hacer que el problema ahora sea de otro”, y poder acompañar la situación realmente? ¿Cómo hacer para qué la presencia sea siempre desde el evangelio, de forma eclesial y franciscana, habitando aquellos lugares que por carisma elegimos? ¿Cómo llevar más allá nuestras prácticas religiosas y convertirlas en un trabajo por el bien común, en favor y al servicio de los demás?

Disfruté mucho encontrarme con una Orden que a través de JPIC, a través de hermanos determinados buscan acompañar los valores de la justicia, la paz y la integración, a las cuestiones esenciales de nuestra forma de vida. Que desea profundamente “empezar de nuevo con los leprosos” viviendo, trabajando y rezando entre los “pecadores” fuera de los muros. “En los campos, trabajando con ellos”, escuchando por dónde pasan sus vidas, sus inquietudes, sus necesidades. Intentando recuperar aquellos espacios seculares que históricamente supimos habitar (fuera de las Iglesias, de los muros, entre los pobres, los leprosos, en las márgenes), que nos permite conocer de dónde vienen, por qué están acá, cómo viven, a qué se debe sus silencios.