¿Por qué oramos?

Orar es como respirar. Oramos o necesitamos orar no por instinto de supervivencia psíquica o emocional. Sino porque nuestra vara es un Amor que nos trasciende, una llamada que nos trasciende, unos vínculos que nos trascienden y una misión que nos trasciende. Por eso orar no depende de las ganas o del estado emocional satisfactorio o no en el que me encuentre. Depende de recuperar la mirada de que el amor que define mi vida y mi identidad no lo puedo producir yo. No lo pueden ni garantizar ni sostener nuestras fuerzas. Ni nuestras convicciones intelectuales. Ni doctrinales. Ni lo sabido de la revelación o de nuestro carisma. Tampoco se sostiene voluntaristicamente, ni mucho menos emocionalmente. Sólo puede ser sostenido en una fe desnuda que se deja Amar y levantar a lo que no puedo, no sé, no siento, no entiendo. A ese Amor real que nos busca siempre, constantemente. Creo que nunca sabemos cómo orar. Pues no hay receta ni método. Pero si podemos cada día, con simple y pertinaz insistencia, PERMANECER ante quien sabemos que nos ama. Reprimir esta honda necesidad de ser Amados y responder dejándonos amar, es reprimir nuestro anhelo de infinito. Poco importa si nos sentimos con ganas o con lucidez para hacerlo. Sólo importa recoger cada día, cada amanecer el Deseo de Dios que llevamos dentro. Como nostalgia, como búsqueda, como carencia o como un «más insaciable». Es el deseo, con los años, más austero de nuestra vida. Pero el DECISIVO. Orar como podemos, como sea con nuestra pobreza ahí puesta ante quién nos busca. Cada día. Siempre. Volviendo a empezar.

Desde la ermita. Fraternalmente. Fr Pepe