800 Aniversario da las llagas del Hermano Francisco

“De la mano de Francisco, hacia donde el Amor nos lleve”

A todos los hermanos/as de la Provincia:

El 17 de septiembre está bien lejos de ser una fecha más entre los motivos de celebración para la familia franciscana. Hace 800 años, el monte Alverna fue el escenario de una de las experiencias más radicales en el itinerario espiritual del Hno. Francisco, que se ancla entre la gran crisis y el nuevo canto fruto de la reconciliación consigo mismo, con Dios y con los hermanos.

 Hacía cuatro años que ya no servía a los hermanos como Ministro y siervo de toda la Fraternidad, sin embargo, seguía muy de cerca las grandes dificultades que se ocultaban a -duras penas- debajo de un aparente éxito. La pequeña fraternidad que caminó, entusiasmada y sin mucha forma, al encuentro del Papa Inocencio en el 1209, ahora (1224) comienza a ser reconocida como una Orden cada vez más prestigiosa, en la Curia y en el pueblo. Pero en el interior de Francisco, todo esto le sabe a noche, noche oscurísima. Sube al monte con tres hermanos, pero necesita adentrarse solo en la espesura de esta oscuridad, con resistencia o sin ella, o quizás con ambas, necesita seguir aprendiendo a no dejar nada de la realidad afuera. Así había comenzado esta aventura viviendo la misericordia con los leprosos, y ahora se encuentra revisitando las mismas lecciones: hay que abrazarlo todo, no dejar nada fuera.

La soledad y el silencio se convirtieron en los vasos donde recibir gota a gota la sabiduría que se encuentra más allá de la cruz, esa cruz tan presente en la vida del Maestro en quien había aprendido a escuchar la Voluntad del Padre. A medida que el silencio va calando hondo, atravesando cada fibra de su frágil existencia, siente que durante esos días en él mismo se renovará la experiencia de la entrega incondicional de Jesús, hecho amor y compasión en su alma, y manifestación de entrega sin resistencia en su cuerpo. Esto parece significar lo que celebramos como “la estigmatización de Francisco”, aunque para algunos nos guste contemplarlo más como transfiguración, como espacio de revelación, y de renovación vocacional. O también, como memoria del Sello de Dios que reposa en lo profundo de cada uno de nosotros, y que está llamado a manifestarse hecho donación total de lo que hemos recibido.

Esta transfiguración, no es algo de un momento, como todo en nuestra vida, también es un proceso, un itinerario, un camino. Bien nos lo recuerda Tomás de Celano cuando después de narrar la experiencia de Francisco frente al Cristo de San Damián que lo invita a reparar la iglesia, agrega en su biografía:Desde entonces se le clava en el alma la compasión por el Crucificado, y, como puede creerse piadosamente, se le imprimen profundamente en el corazón, bien que no todavía en la carne, las venerandas llagas de la pasión.”. (2Cel. 10)

La experiencia del Alverna es la exteriorización, el signo patente de lo que vivía en su interior desde hacía muchos años, de su largo proceso vocacional de seguimiento, porque de la abundancia del corazón habla la boca (Lc. 6,45)

Nada se da en nosotros de manera instantánea, o al menos todo parece indicar que las cosas importantes, esenciales, requieren de tiempo, de paciente espera, de procesos largos donde aprender a mirar de otra manera. En tiempos de prisas y aceleres, en tiempos donde sentimos que no tenemos tiempo, el hermano Francisco nos invita a detenernos, a hacer silencio, a hacer espacio, a volver a Jesús. 

Así nos reconocemos personalmente y como fraternidad, en proceso, siempre en camino. Con todo lo que el camino tiene de “conocido” y de imprevisto, de continuidad y novedad. Como somos “varios”, variados son los caminos, pero todos caminos. La trabajosa tarea de integrar la diversidad en la comunión, ha sido seguramente parte de lo que el hermano Francisco lleva al Alverna; porque si bien por momentos esta variedad alegra su alma hasta las lágrimas, otras veces lo confunde y vuelve a encontrarse con las lágrimas, pero estas son diferentes. ¡¿Quién sabe si se daba cuenta que al pedir la primera gracia: “que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión”, estaba pidiendo algo que venía recibiendo desde hacía mucho tiempo!? Y se encuentra recibiendo lo que ni siquiera se imaginaba pedir: la transfiguración de este dolor -y de todo dolor-, al experimentar la libertad de la aceptación total.

Difícil no quedar hondamente conmovidos ante el pedido de Francisco como segunda gracia: “que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores”. Amor sin medida, sin condiciones, amor que se hace apertura confiada para reconocer el Espíritu del Señor que sigue operando y manifestándose en la historia, y que mueve nuestras búsquedas, liberando nuestros anhelos.

Eloi Leclerc escribió una vez: la gran intuición de Francisco es haber captado el vínculo esencial entre amor y pobreza. Para Francisco, el amor nace de la desapropiación de uno mismo, es esencialmente don. Una plenitud que se da. Quién ama no se reserva nada para él mismo. No se posee a sí mismo, ni quiere poseer al otro. No querer poseer nada, ni siquiera en el amor, y lo expresa claramente, en la carta que escribe a toda la Orden: “Nada de ustedes retengan para ustedes mismos para que todo entero los reciba el que todo entero se les entrega” (CtaO 29)

Es tiempo de dejar brotar en la propia vida, como torrente o como pequeño retoño, el deseo que nos habita de un Amor así, sin medida, sin ansias de posesión, sin reserva, sin condición. Necesitamos renovarnos en la entrega, en la gratuidad, en la práctica del bien mutuo.

¡Cuánto para celebrar! Lo que podemos contemplar en Francisco, podemos reconocerlo también en nosotros. Porque no hay plenitud posible sin la fuerza operante de ese Amor sin medida que nos originó y que es, hoy y siempre, el sentido de nuestra vida y vocación.

Caminemos con esta certeza que nos llena de esperanza, no somos buscadores ciegos y desorientados en un desierto de confusión, llevamos en nosotros el Sentido, el mismo que hizo de Francisco de Pedro Bernardone, el santo de Asís.

Hermanos/as, en medio tantos cansancios, dolores y sufrimientos de nuestro pueblo, que podamos ser expresión y espacio de reconciliación y de paz, de compromiso responsable por sanar las heridas de los leprosos de hoy; que podamos abrazar con alegría, con la menor resistencia posible, lo que la vida nos presente en nosotros, en los hermanos y hermanas, y en la realidad toda.

Un abrazo grande y feliz fiesta!

Fr Daniel A. Fleitas OFM

Ministro Provincial