10 Ago Itinerancia Vocacional 2019 – Chaco Salteño
“Celebramos el encuentro.
Que este acercamiento nos permita conocernos,
entendernos, respetarnos y disfrutar del encuentro.
Sanarnos mediante la palabra.
Expresar palabras profundas.
La riqueza propia de los pueblos indígenas…
Sembramos esperanza con palabras de aliento.
Y todo esto lo dejamos en las manos de nuestro Creador.”
Con estas palabras en español, fragmentos de una larga bendición en wichí que nos hiciera un hermano Wichí de Ingeniero Juárez en Formosa, salimos al camino para otra experiencia itinerante vocacional. En esta oportunidad, el camino nos llevó a la región del chaco salteño a encontrarnos con las comunidades, especialmente wichi y chorote pero también algunas formadas por criollos. La fraternidad estuvo formada por 25 hermanos y hermanas provenientes desde los lugares más diversos del país y nos reunimos en nuestra casa en Virgen de la Peña el sábado 13 de julio.
Para predisponer el corazón al encuentro con las comunidades, los primeros días los destinamos a formarnos e interiorizarnos sobre la cultura wichi: vimos documentales; escuchamos a un matrimonio que hace más de 30 años trabaja con los wichi en Morillo; profundizamos en algún texto formativo y, algo fundamental, hicimos un día de desierto para entrar también en ese silencio contemplativo que nos recibiría en las comunidades. Con esta sencilla pero necesaria preparación el martes 16 salimos al camino y nos dividimos en 2 fraternidades: una que haría base en Misión La Paz y otra en Santa Victoria Este.
Fueron diez días de ingresar en otro mundo, realmente percibiendo que entrábamos en tierra sagrada,donde lapercepción del tiempo era otro y dónde nos quedamos con la sensación de que cuando recién comenzaba la experiencia, estábamos cerrándola. Se nos invitó a desinstalarnos; a escuchar; a abrirnos a otros modos de vida y cultura; a redescubrir el valor de salir pobremente al encuentro del otro, confirmado, a veces, con un “es bueno lo que hacen”, “lo necesitamos”; a hablar casi en voz baja porque para comunicarse no es necesario imponerse a los gritos… en fin, fuimos invitados a abrirnos al misterio que nos habita y que se manifestó en infinitos rostros, encuentros, en la fraternidad, en celebraciones ecuménicas, silencios, atardeceres, tierra, lluvia, frío, greda.
Nos reencontramos todos el viernes 26 a la tardecita nuevamente en nuestra casa de Virgen de la Peña y, luego de tomarnos un día de encuentro, evaluación y celebración el domingo 28 fuimos emprendiendo el regreso a nuestros hogares.
Este puñado de días caminando el chaco salteño nos ha sorprendido más de lo esperado y ha dejado una huellahonda que llevará tiempo desentrañarla y, sobretodo, saborearla.
Les compartimos algunas resonancias de la experiencia del camino, confirmando una vez más que nuestra forma de vida y especialmente el Evangelio, cobran otro brillo y significación cuando estamos en la intemperie, en camino y al lado de los más pobres y sencillos.
Somos testigos que la bendición inicial se ha cumplido y, agradecidos, restituimos todo lo vivido dejándolo en en las manos de nuestro Creador.
Los abrazo fraternalmente,
Hno. Gastón Hernández
(Animador Cuidado Pastoral de las Vocaciones)
Testimonios
Descalzarse para entrar en el otro, porque el otro es tierra sagrada, aprender a no dejar una huella que diga “acá estuve yo”, este aprendizaje de la lectura del Éxodo (3,1-8a.13-15) es lo que yo sentí presente en esta itinerancia. Sentí que no había necesidad de palabras, ni de ritos tan invasivos que sin darme cuenta, hasta son agresivos, sentí calma y necesidad de silenciarme para apreciar y saborear cada gesto de amor y cada sonrisa.
No sentía prisa y todo pasaba lento, aunque en mi interior todo era intenso. Era como una contradicción. Estos días no llegaron ni a un mes y yo los sentí como si hubiese estado muchos meses. Fue increíble y sigue siendo increíble, como con tan poco, la gente que menos tiene, es la que al final más tiene, porque tienen los valores a flor de piel y no necesitan más que ser felices y estar tranquilos, son muy profundos, la gente así enseña mucho y más a gente como yo que vivo en el movimiento acelerado de una ciudad y muchas veces no me tomo el tiempo de valorar cada pequeñez.
En ellos está la “perfecta alegría”, en ellos y en lo que nos contagiaron. Me encontré con que, sin darnos cuenta, vivenciamos la pobreza, el estar mojados, con hambre, con sueño y aunque había muchas cosas que consideramos “negativas”, nos reíamos, la sonrisa y el corazón lleno estaban igual y parecíamos locos. Así como en un par de días que casi no fue nada de tiempo, crecimos tanto con ellos. Realmente tienen mucho para enseñarle a toda la sociedad.
Tenemos tanto y nos esforzamos por más y más cómo pasando por alto todo lo logrado, todo lo sanado, todo lo florecido, lo crecido.
Los pueblos originarios tienen mucho que enseñarnos, enseñarnos a vivir, con esa simpleza, ternura y todo el amor que irradian.
Me encanta saber que hay gente que los escucha y los hace escuchar para que no los “desaparezcan”. Tienen toda la fuerza de lo que realmente importa y a mí esto me dejo “gusto a poco”, aprendí mucho, pero realmente quiero seguir compartiendo con ellos y hasta ayudarlos como hacen algunas de las personas con las que hablamos antes de visitarlos.
Me voy muy feliz y entendí que tengo todo y hasta más y no estaba siendo feliz porque no lo veía, me enfocaba en cómo sanar lo mal que me sentía pero llenándome de actividades y cosas para no pensar en vez de bajar decibeles y escucharme, no sé muy bien para donde voy pero cada día estoy un poquito más cerca y esto me deja con mucha alegría.
Gracias por haberme hecho sentir que este es mi hogar, gracias por todo lo compartido, por una fraternidad que realmente tuvo todas y cada una de las cualidades de una fraternidad en todo momento.
Gracias.Abrazo fraterno del alma!
Magalí Borszcz (Mar del Plata)
Seducidos por un pueblo
Fuimos seducidos por un pueblo. La voz baja, la mirada profunda, el fuego, el olor a palo santo, la ternura de los más pequeños, la delicadeza de las mujeres hilando chaguar. Resulta difícil compartir lo vivido en el chaco salteño desde un plano racional, porque ante todo, nos comunicamos desde los gestos, desde el silencio… fueron encuentros donde intentamos despojarnos de nuestra testarudez por entender y solucionar, para poder percibir y disfrutar.
Con esa actitud quisimos ponernos en camino, y desde ahí recibimos la buena noticia wichi… buena noticia que hizo mucho eco en el Nazareno que no levanta la voz, no apaga la mecha humeante ni quiebra la caña doblada.
Una de las cosas que más valoro de lo vivido y que más me enamoró del pueblo wichi, fue el haber sido invitado a un proceso, a un ir entrando con paso lento a una tierra tan sagrada, tan llena de vida, de historia, de sabiduría. Fue precioso ser testigo de cómo cuidan y comparten su intimidad.
Con la fraternidad que estuvimos los primeros días, conocimos una familia que como dije al principio, nos sedujo de manera especial. Cada vez que íbamos nos compartían algún tesoro de la familia o de la cultura, y antes de irnos nos regalaban algún signo de algo que todavía no nos habían mostrado. El último día, antes de volver para la peña, fuimos a pasar la tarde con ellos y terminamos de noche sentados en círculo, en torno a unas brasas que nos reunían y calentaban, escuchando leyendas wichi que nos compartía el cacique de la comunidad. Ese rito lo hacían sus abuelos con ellos cuando eran chicos, como un modo de enseñar valores y mantener viva la memoria, y con la llegada del cristianismo se prohibieron esas prácticas y se fueron olvidando las leyendas.
Fue un momento muy sagrado, fruto de haber estado durante muchas horas juntos, por momentos hablando y por momentos, simplemente estando, reconociéndonos hermanos, valorando la cultura y la vida del otro.
Como este encuentro, hubo muchos que vivimos como fraternidad grande y fuimos compartiendo cuando nos encontrábamos entre nosotros. Disfrutamos mucho de la dinámica de salida y vuelva a la fraternidad… nos dejábamos sorprender por el camino, dejándonos llevar por su ritmo y atesorábamos lo vivido poniéndolo en común.
Hno. Juan Fagioli (La Teja)
Soltar un poco las amarras…
Soltar un poco las amarras a lo que me da seguridad fue necesario para vivir esta experiencia que me significó y sigue significado…
Desde mi sentir, la itinerancia me significó hacer experiencia de un Dios que es providencia, que nos sostiene, que nos ama, que se da, y que nos regala más de lo que podemos esperar. Fue hacer experiencia de un Dios que se vive en la fraternidad, que se muestra en los sencillos, que acompaña y vive entre los que son olvidados, postergados, ignorados por la sociedad, entre los que quedan fuera del sistema (aún sin recordar que están milenariamente antes de que este exista). Fue hacer experiencia de impotencia ante tanto olvido, ante tanta hambre, ante tanta política corrupta que ignora, usa, se aprovecha y divide sin importarle la cultura ni el rostro humano de nuestros hermanos. Fue experiencia de estar al límite, de constante confrontación con mi más pura fragilidad, sentido común, sentimientos, propia cultura, pensamientos y creencias.
Fue experiencia de trascender las barreras de la religión y de hondo encuentro con el Dios que no tiene bandera, con el que no se puede encasillar dentro de un sagrario, con el que se regala todo en todo y se revela en lo que para otros es la nada misma.
Fue volver a hacer experiencia viva de ser arte y parte de la creación. De aunarme con lo que me trasciende y sobrepasa. Fue hacer experiencia de cielo y río, de lluvia y barro, de fogón, de humo, de chaguar y palo santo.
Fue experiencia de estar donde tengo que estar, de saberme llamada a ir develando el misterio de Dios desde mi compromiso de vivir el reino acá y ahora., fue un darme cuenta de que las reglas del juego no las pongo yo, que lo supuesto es pura suposición y no certeza alguna. Y que siempre somos primereados por Dios en generosidad.
Significó hacer experiencia de familia franciscana y encuentro de búsquedas profundas y auténticas, fue hacer experiencia de que no buscamos solos, sino que nos acompañamos y fortalecemos en el grupo.
Fue hacer experiencia de eucaristías vivas, alegres, de mesa compartida, vestida de fiesta. Experiencia de compartir íntimo, de encuentro profundo, de historias que se entrelazan, casualidades, jesualidades, diosidades…que agotan las palabras y que no tienen como explicarse desde la razón.
Fue hacer experiencia desde la Madre, que protege, da vida y lleva nuestros nombres en el corazón.
Rocío Lafalla (San Rafael)
El auxilio me viene del Señor…
Y el Señor nos dió hermanos, en los caminos yendo de dos en dos y desprovistos de todo…
Con estas palabras hechas oración elijo introducir lo vivido durante estas dos semanas en que 25 hermanos provenientes de distintas partes del país, hicimos “base” en Santa Victoria Este y en la fronteriza Misión La Paz, divididos en dos grupos de 13 y 12 respectivamente. Yo formaba parte de este último, saliendo a recorrer las distintas comunidades cercanas a La Paz, en su mayoría de etnia wichi y chorote.
Desde mi apreciación, esta Itinerancia Vocacional de invierno fue sorprendente en absolutamente todos sus aspectos. El fin de semana previo en la Peña tuvimos, además de momentos de oración y profundización, una introducción a la cultura y forma de vida wichi, que era la más presente en los lugares que íbamos a visitar. Documentales, películas y escritos con información y visiones subjetivas que por supuesto nos ayudaron mucho, pero que no se comparaban ni un poco a lo vivido allí, en sus casas, con su forma y su gente.
Saliendo, como dije al principio, de dos en dos por los senderos de tierra y llevando sólo lo puesto, la gente nos miraba de manera extraña. Quizás era algo nuevo para ellos ver a una persona con otra vestida con un hábito marrón, de a pie, sin una biblia ni camionetas 4×4 que suelen llegar muy seguido a esos lugares. La incomodidad estaba presente todo el tiempo, cuando hablaban en su idioma y no entendíamos ni una palabra, cuando en la sombra hacían 35° y debíamos seguir caminando sin saber hacia donde, en el momento que agachaban la cabeza de vergüenza por no saber hablar castellano… En fin, el intentar sentirse a gusto en esa incomodidad fue el desafío, porque todo lo que a nuestro juicio era normal, para ellos no lo era.
Como refleja el título del documental, ellos parecen ser “Los dueños del Tiempo”. Viven a un ritmo muy diferente al nuestro, nada los apura, nada los perturba, ni siquiera el silencio que a nosotros muchas veces nos desespera, para ellos es totalmente corriente. Ese silencio, que poco a poco se fue haciendo parte de la fraternidad, estaba presente en los partidos de fútbol, en los pescadores del río Pilcomayo, en casi todos lados, menos en uno: el culto, el lugar donde se reunían para alabar a Dios y escuchar el testimonio de otros hermanos. Fue muy curioso, porque en la noche se interrumpía todo el silencio que reinaba durante el día, con los parlantes enormes, las luces, los cantos y la danza de cientos de jóvenes que para adorar a Dios tenían preparada una coreografía distinta con cada grupo musical. Nos maravilló ver tanta vida compartida por la comunidad en un solo lugar, donde los adultos se sientan a orar y los jóvenes y niños hacen danza sus oraciones.
Durante el día, los niños fueron la presencia infalible cotidianamente. A pesar de no entender lo que expresaban en palabras, el idioma universal de las sonrisas y la felicidad hecha juegos, corridas y gritos nos alentaban a distraernos un poco de todo y volver a ser un niño nuevamente. Vóley, fútbol y la magia de uno de los hermanos que formaba parte de la fraternidad era nuestro pan de cada día.
La Paz, 2 de Agosto, La Gracia, Larguero, La Estrella, Aguas Verdes, La Bolsa y Pozo Hondo en Paraguay… Son algunas de las comunidades a las que llegamos caminando, sin nada, y nos volvimos llenos de sonrisas y encuentros hermosos con los habitantes. Encuentros a los que costaba acceder, en los que debíamos esperar, ser pacientes, contemplar y sobre todo, descalzarnos… No los pies, sino el corazón. Llegábamos dispuestos a aprender y no a enseñar nada, a compartir lo que ellos tienen y no a dejar algo e irnos, a recordar que somos todos hermanos. Y nos íbamos siempre movilizados, alegres y escuchando, expresado de una u otra manera, “Gracias por venir, pero traten de volver”. Esto era lo que más nos llenaba el corazón. También estuvimos 3 noches en Las Vertientes, pero ahí no llegamos caminando… Una camioneta nos dejó el día domingo y luego, a causa de la lluvia imparable, nadie pudo volver a buscarnos. Por lo que la locura de caminar 22 km bajo la lluvia, con frío, con las mochilas en la espalda y en un camino en el que el barro se volvía una pista de patinaje, se hizo realidad. Al principio todo era risas, cuando alguien patinaba y caía al piso era chistoso y la travesía no parecía tan extensa cuando se estaba bien acompañado. Pero con el correr de las horas, las sonrisas se iban borrando, las caídas y los golpes empezaban a doler cada vez más y el camino parecía no avanzar nunca. Fue entonces que necesitados, muertos de frío y cansados de tanto andar, sin pensarlo acudimos al canto, a la oración y a la esperanza de que algo o alguien pudiera ayudarnos para llegar a destino…
“Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra…” Este Salmo, esta oración del hermano Nicolás fue la petición de toda la fraternidad, la cual se hizo carne minutos después, cuando una camioneta que venía en nuestra dirección nos salvó, y nos llevó hasta Misión La Paz… Esta fue, quizás, la manifestación de la Providencia de Dios más grande que tuvimos durante esta Itinerancia 2019.
Nos llevamos muchas enseñanzas, muchas personas en las que Dios se hizo presente para acogernos, para alimentarnos o simplemente para hablar con nosotros. Y también aprendimos a valorar… Dios, el silencio, la familia, las sonrisas, la “tierra nuestra”, el caminar, y siempre esperar.
Adrián Burgos (Salta)