14 Jun Alabar… “Aunque es de noche”
Una interpelación desde el Cántico de las creaturas de Francisco de Asís*
Hno. Michael P. Moore ofm | “Contempla las estrellas, Abrahan, no intentes numerarlas”[1]
Redactado en dialecto umbro, el Cántico da inicio a la poesía en lengua vulgar italiana[2] y expresa su cosmovisión en clave de comunión entre Dios, la naturaleza y el hombre; entre lo divino (vv. 1-2), lo creado no-humano (vv. 3-9) y lo creado-humano (vv. 10-13). [3] Amén de su importancia en la historia de la literatura italiana y de su belleza poética, en cuanto plasmado al final de su vida, podría decirse que resume y reasume en retrospectiva su experiencia religiosa como un fruto maduro de años de contemplación y rumia del liber naturae, del liber scripturae y del liber vitae. Recorre un itinerario que, según la autorizada interpretación de Paolazzi, va desde la contemplación a la alabanza, a través de tres momentos: conocer, re-conocer y restituir.[4]
Pero aquí, más que en el contenido, queremos detenernos en las circunstancias redaccionales del Cántico, que son mucho más que datos de una crónica, puesto que permiten calibrar adecuadamente la densidad simbólica de las alabanzas, nacidas en medio de la noche oscura del alma y de los sentidos. En efecto: este canto al Dios (de la vida) y a la vida (derramada de Dios) estalla desde un escenario de muerte y negatividad, apenas “amenazado” por la resurrección. Descentrándose en la alabanza, Francisco exorciza la angustia desde la cual surge su poema.
Todo transcurre en los dos últimos años de su vida: enfermo, casi ciego, y arrinconado por gran parte de la fraternidad que él mismo había gestado. Herido en el cuerpo y en las ilusiones: en el cuerpo por el Crucificado y en el alma por sus hermanos. El Cántico, por tanto, transparenta la autobiografía consumada del santo que se vuelve palabra encarnada… y crucificada, aunque en un horizonte pascual.
Cronológicamente hablando, el himno -gestado durante mucho tiempo antes en su interior- se pone por escrito durante los primeros meses del año 1225, salvo la estrofa penúltima que se habría añadido a inicios del 1226, y la última, pocos días antes de su muerte.[5] Respecto del lugar, los biógrafos primitivos señalan la capilla de San Damián, donde Francisco, veinte años atrás, había tenido la experiencia del Crucificado que lo interpelaba “¿no ves que mi casa se derrumba?”,[6] uno de los hitos que conforman el punto de partida de su experiencia evangélica.[7] Más en concreto, el Cántico brota luego de una noche -en medio de la gran noche- de profunda aflicción, donde Francisco experimenta que en medio de su oscuridad destella la luz del Reino (certificatio), símbolo éste de reconciliación total y superación de todas las contradicciones, promesa de la armonía entre el hombre, el cosmos y Dios (Dios-todo-en-todas-las-cosas).[8] Pero nos gustaría precisar que esa certificatio es una certeza sólo desde la fe y en la esperanza. Una luz … “aunque es de noche”; una luz ¡pero es de noche!
Por eso conviene alargar la mirada un poco hacia atrás para comprender mejor el abismo desde el que surge el Cántico de las creaturas. Porque no se trataba sólo de las enfermedades corporales -entre las cuales destaca, por paradoja, la ceguera de quien canta lo que ya no puede ver- sino de la gran crisis vocacional-institucional que venía arrastrando desde hacía algunos años. Más precisamente, desde que el pequeño grupo de los doce se había multiplicado a varios miles, con el inevitable proceso de institucionalización exigido por ese número y por la Iglesia, y donde muchos hermanos ya no compartían la radicalidad del “fundador” en supuestas aras de un mejor servir a Dios y a la Iglesia (institución). Se trata, quizá “de una domesticación por imperativo de la historia”.[9] Desde el momento en que el carisma personal de Francisco se transformó en un movimiento, surgió, por una necesidad férrea, nolens-volens, la necesidad de organización, con lo que el movimiento desembocó en una Orden religiosa (más) que se sumó a las (demás) Órdenes religiosas… enmarcada dentro de los cánones de la Sede romana.[10] Todo lo cual sacudió la fe del Pobre de Asís en los cimientos originarios de su misma vocación: ¿era o no lo que Dios le había pedido? ¿su utopía de la fraternidad universal, menor y pobre, era tan sólo eso: una utopía?
Y en medio de esos años de crisis también hay que situar un acontecimiento extraordinario, que en cierta medida funge de ratificador de su identidad y misión: la experiencia de los estigmas en el Monte Alverna. Sumergido en la situación anímica y física apenas descripta, Francisco se retira para una última gran cuaresma; allí, oteando la hermana muerte que se avecina pide a Dios la gracia de, antes de recibirla y abrazarla, poder experimentar -en la medida de lo humanamente posible- todo el amor y todo el dolor que su Hijo experimentó en la cruz. La respuesta del Altísimo fue signarlo en la carne con las marcas del fracaso:[11] las llagas del Crucificado. El Pobre de Asís, identificado en vida con el Pobre de Nazaret, también lo era, ahora, en la muerte.
Así, dos años después, esas manos traspasadas se elevarán al cielo para entonar el Cántico.
Concluyendo. Leer el Cántico es leer a Francisco de Asís; y entenderlo es captar algo de su profunda experiencia. Sin duda, el encuentro con ese hombre tan humano causa siempre una conmoción antropológica, pues lleva a replantearnos “dónde estamos”. Desde el poema analizado, il Poverello responde que el hombre debe estar ante Dios, entre las creaturas y con el hombre. El lugar existencial que debe ocupar el ser humano se traduce en una ética y una espiritualidad bien definidas. No siendo Dios, el hombre no puede pensarse como lo último y es invitado a autocomprenderse coram Deo. Por otra parte, creatura entre las otras creaturas, el ser humano está vocacionado a vivir la filiación en la fraternidad universal; no encima ni al margen de (sobre todo de lo más vulnerable). La meta asintótica es la reconciliación universal[12], y la virtud vectora de Francisco hacia esa utopía es la pobreza radical: respetar todo, dejando que las cosas sean. Él fue radicalmente pobre para ser plenamente hermano y verdaderamente libre. Así, la no-apropiación y consiguiente restitución constituyen todo un programa que se conjuga con la gramática de la alabanza como forma de vida y como lenguaje expresivo frente al Misterio.
Esta ética y espiritualidad se fundamentan en una metafísica del ser como Bien sumamente difusivo que se dona libremente. Para él, la creación ya no es un conjunto de fuerzas oscuras y ciegas que amenazan al hombre sino un libro abierto donde cada cosa y todas en su conjunto valen por lo que son y por lo que significan (ut res-ut signum). Pero afirmar que el Sumo Bien se derrama constantemente, no es un sentimentalismo superfluo ni un optimismo ingenuo, dado que para el pensamiento franciscano este Ser como don se revela no sólo en la belleza y el esplendor del mundo creado, vestigio e imagen de su Creador, sino también, y de modo eminente, en la vía de la debilidad y la kénosis -pesebre, cruz y altar son los “lugares teológicos” privilegiados para Francisco de Asís-, donde el esplendor se opaca y la potencia se viste de debilidad. En efecto, cuando se refiere al mundo de lo humano en el Cántico, las tres situaciones en las cuales invita a descubrir a Dios y alabarlo son de límite y negatividad: ofensa, enfermedad y muerte. Desde allí somos desafiados a asumir las negatividades propias de lo real, ambiguo y en devenir; y siguiendo su ejemplo, a descubrir y apostar por el lado bello y sano que ostenta -o esconde- cada persona, cada cosa y cada realidad. Estar con, acogiendo, sin juzgar.
La unidad del Cántico, su armonía en el contraste, proviene del hecho de ensamblar y reconciliar esos dos rostros de la realidad: la gloria y la cruz. Por eso, el canto cósmico se prolonga y consuma en una celebración del hombre plenamente reconciliado con Dios, consigo mismo y con lo(s) demás.
En nuestra Casa común, también hoy “es de noche”, como era de noche cuando surgió el Cántico. Pero “el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (LS 12). Por eso Francisco de Roma nos exhorta: “Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (LS 244). Y ocho siglos antes, desde su lecho de muerte, Francisco de Asís afirmaba: “por mi parte he cumplido lo que me incumbía; que Cristo os enseñe a vosotros lo que debéis hacer” (LM 14,3). Escuchar a los hombres que, de tan humanos, son reconocidos como santos es, sin duda, una de las enseñanzas del único Maestro.
* El presente texto forma parte del exordio y de la conclusión de una conferencia pronunciada en el marco de la 36º Semana Argentina de la Teología, bajo el lema ¿Dónde estás? Ser humanos en este mundo. Teología, humanidad y cosmos, tenida en la UCA Santa Fe, del 19-21 Septiembre del 2017, con el título “¿Dónde estás?”: la pregunta de Dios, del hombre y de la creación.
Una respuesta desde el Cántico de las creaturas de Francisco de Asís, y cuyo texto íntegro puede descargarse desde:
http://www.ucsf.edu.ar/semana-argentina-de-la-teologia/
[1] P. Casaldáliga, Fuego y ceniza al viento. Antología espiritual, Santander 1984, 72.
[2] Cf. C. Paolazzi, Il cantico di frate sole, Asis 2010, 9.
[3] Propiamente hablando, Francisco no usa el término “naturaleza” sino “creación”, que remite a un Otro creador y sustentador. En este sentido, claramente, el hombre también es creatura. Pero en estas páginas, cuando usemos dicho término, será para referirnos a las creaturas no-racionales. En el mismo sentido escribe el Papa Francisco: “Para la tradición judío-cristiana, decir «creación » es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal”: LS 67.
[4] Cf. C. Paolazzi, Il cantico…, 14-25.
[5] Sobre las fases redaccionales del Cántico puede verse C. Paolazzi, Il cantico…, 94.
[6] Leyenda de los tres compañeros (=TC) 13. La metáfora de la “casa” que se viene abajo, en la experiencia de Francisco, hace alusión a la Iglesia (a la realidad eclesial). En el lenguaje actual, recuperado por el Papa Francisco, bien puede aplicarse sin demasiada violencia hermenéutica, a la cuestión ecológica, siendo la Madre tierra, nuestra “casa común” lo que se está derrumbando.
[7] “Dos años antes de su muerte, estando ya muy enfermo y padeciendo, sobre todo, de los ojos, habitaba en San Damián, en una celdilla hecha de esteras (…) Yacía en este mismo lugar el bienaventurado Francisco y llevaba más de cincuenta días sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego. Permanecía constantemente a oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla. Tenía, además, grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descansar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y perjudicaba a la enfermedad de sus ojos y sus demás enfermedades. Y lo que era peor: si alguna vez quería descansar dormir, había tantos ratones en la casa y en la celdilla donde yacía -que estaba hecha de esteras y situada a un lado de la casa-, que con sus correrías encima de él y a su derredor no le dejaban dormir, y hasta en el tiempo de la oración le estorbaban sobremanera”: Leyenda de Perusa (=LP) 83.
[8] Así continúa narrándolo la Leyenda de Perusa: “En esto, cierta noche, considerando el bienaventurado Francisco cuántas tribulaciones padecía, sintió compasión de sí mismo y se dijo: «Señor, ven en mi ayuda en mis enfermedades para que pueda soportarlas con paciencia». De pronto le fue dicho en espíritu: «Dime, hermano: si por estas enfermedades y tribulaciones alguien te diera un tesoro tan grande que, en su comparación, consideraras como nada el que toda la tierra se convirtiera en oro; todas las piedras, en piedras preciosas, y toda el agua, en bálsamo; y estas cosas las tuvieras en tan poco como si en realidad fueran sólo pura tierra y piedras y agua materiales, ¿no te alegrarías por tan gran tesoro?» Respondió el bienaventurado Francisco: «En verdad, Señor, ése sería un gran tesoro, inefable, muy precioso, muy amable y deseable». «Pues bien, hermano -dijo la voz-; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino». Por la mañana al levantarse dijo a sus compañeros: «Si el emperador diera un reino entero a uno de sus siervos, ¿no debería alegrarse sobremanera? Y si le diera todo el imperio, ¿no sería todavía mayor el contento?» Y añadió: «Pues yo debo rebosar de alegría en mis enfermedades y tribulaciones, encontrar mi consuelo en el Señor y dar rendidas gracias al Padre, a su Hijo único nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, porque Él me ha dado esta gracia y bendición; se ha dignado en su misericordia asegurarme a mí, su pobre e indigno siervo, cuando todavía vivo en carne, la participación de su reino. Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas (…) Se sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…» Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran”: Ibid.
[9] Cf. d. flood, “Domestication of the Franciscan Movement”, en Franziskanischen Studien 60 (1978) 311-327, citado en L. Boff, San Francisco de Asís. Ternura y vigor, Santiago de Chile 1982, 117.
[10] Cf. L. Boff, San Francisco…, 116-121. Sobre el complejo proceso de institucionalización de la Orden, puede verse el clásico k. esser, La Orden Franciscana. Orígenes Ideales, Arantzazu 1976, 185-267; y más recientemente: G. Merlo, En el nombre de Francisco de Asís. Historia de los hermanos menores y del franciscanismo hasta los comienzos del siglo XVI, Arantzazu 2005, esp. 32-49 y 153-225.
[11] Históricamente, la cruz de Jesús -y cuyas marcas se imprimirán en el cuerpo de Francisco- significa el fracaso de su misión y la puesta en tela de juicio de su identidad. Abordamos esta delicada cuestión desde la teología de González Faus en: M. Moore, Creer en Jesucristo. Una propuesta en diálogo con O. González de Cardedal y J.I. González Faus, Salamanca 2011, 259-263 y 457-466.
[12] “San Francisco recorrió los caminos del mundo como el «perdón de Dios». Quiero significar que la aparición del Santo señaló el momento en que los hombres pudieron reconciliarse no sólo con Dios sino con la naturaleza y, lo que es aún más difícil, consigo mismos”: G.K. Chesterton, San Francisco de Asís, 140.