28 Jul El Papa y la Regla franciscana, un don sin tiempo y sin fronteras
El Papa Francisco firmó el prefacio del libro de Zdzisław Józef Kijas «Brulicante di vita» (Rebosante de vida), publicado por Ediciones Messaggero de Padua y dedicado a los 800 años de la Regla del santo de Asís. El texto fue anticipado por el diario La Stampa
EL PAPA FRANCISCO
Francisco, el hermano de «todos», hace 800 años quiso dar a sus hijos una Regla para caminar juntos hacia la misma meta: abrazar y besar a Cristo presente en la carne sufriente de los rechazados.
El Evangelio es «Regla y forma» del estilo de vida que Francisco propone a sus compañeros; a cuantos le piden compartir su compañía no se propone como modelo; a los que se lo piden les muestra que Jesús es el único Maestro; el corazón de la elección consiste en «seguir las huellas de Nuestro Señor Jesucristo»; Francisco en la relación con sus compañeros es un artesano de vidas humanas para que maduren hacia la plenitud de la alegría y del amor.
Es un artesano del discernimiento, como atestigua la Leyenda de los tres Compañeros: «Insistía en la oración para que el Señor le mostrara su vocación. A nadie, sin embargo, confió su secreto, ni se sirvió de los consejos de nadie, salvo sólo de Dios, que había comenzado a guiar su camino, y a veces del obispo de Asís».
Su estilo transmite las cualidades del hermano al que acompaña; la simplicidad y el espíritu de la Regla son un don universal que entrega al camino de la Iglesia de todos los tiempos.
Cada uno puede dar estos pasos sin renunciar a la diversidad de sus propios orígenes de lugares y de culturas; el arte de la acogida, de la escucha y de la custodia no rompe las teselas de vidas en situaciones particulares y necesidades precisas que sólo en un camino que tiene la medida de una Regla fraterna y acogedora pueden convertirse en un hermoso mosaico con muchos colores.
Francisco toma del Evangelio la fuerza y el perfume de una Regla para comunidades abiertas a un «prójimo sin fronteras». Él nos entrega la historia de un proceso de vida compartida que pone en el centro el corazón del Evangelio, lo esencial, el kerigma de la vida cristiana.
La Regla no es una carrera de obstáculos, sino una brújula que orienta y acompaña en el camino. Con un texto esencial, Francisco testimonia que no es tanto la obsesión por los detalles lo que hace caminar a una persona; Francisco muestra que, aceptando el reto de reinterpretar la propia historia, madura un proyecto de vida gozoso y solidario.
El descubrimiento del amor universal de Jesús es más fuerte y atractivo. Así, la Regla no separa, no divide y no contrapone las diferencias, sino que abre un camino compartido. Cada uno de nosotros, a pesar de las diversas dificultades, las subidas y los precipicios, descubre que nunca camina solo, sino que todos estamos ligados los unos a los otros; estamos llamados a ser «andamios», para formar un gran andamiaje que pueda reparar la casa de todos, la Iglesia, la misma misión acogida por el Seráfico Padre Francisco por parte del Señor.
La Regla solicita al corazón y a la mente para cultivar nuestra humanidad, para cultivar las relaciones con Dios y con los demás. Es una pedagogía del cuidado que activa procesos de discernimiento comunitario. Es una Regla con un espíritu que hace brotar progresivamente en el camino la alegría de ser llamados por el Amor y a amar; es la fuerza del espíritu que nos incita a despojarnos de todo lo que puede agobiarnos: «Estaba ya completamente cambiado en el corazón y a punto de estarlo también en el cuerpo», escribía Tomás de Celano.
Es la trayectoria de Francisco – que se convirtió él mismo en una forma viva de la Regla – para encontrar a Dios, para encontrarse con los descartados a los que llamaba «hermanos cristianos», para desarrollar una mirada renovada de cuidado solidario y corresponsable hacia la casa común.
La Regla no nos fue dada para ser encadenados o constreñidos a estar bajo el peso de órdenes abstraídas de la realidad, tiene en cuenta la carne concreta de cada individuo, para que pueda liberarse de ese hilo delgado y casi transparente que nos mantiene prisioneros, cerrados y aislados como le ocurre a un pajarillo, atado por el tobillo y constreñido a permanecer encerrado en una jaula.
Entrar poco a poco en la medida de las huellas de Cristo desarrolla «la inclinación hacia todo lo que es bueno». Es un camino de apertura hacia Dios y hacia los demás para poder volar hacia el Cielo que acoge a toda la familia humana, para vivir en paz y en alegría, con un corazón libre y abierto al mundo, con la sal del amor de Jesús. Esta sal es el verdadero fruto de la Regla.
Fuente: vaticannews.va